Rumbo al ocaso
una doncella, un prado florido su vista impresionó y mientras admiraba su
belleza, un caballero andante su paso interceptó.
Le habló del
amor, del brillo de la luna, de la magia de la lluvia y también del misterio
que encierra el canto del ruiseñor y rodeándola con un manto de sueños su atención atrapó.
¡Qué
interesante! Ella se decía: “Señor, que
ocasión tan particular tu benevolencia
me reservó” y envolviéndose en su magia a su lado caminó.
Junto a él miraba como el río viajaba entre las piedras,
también pudo observar la estela de luz dejada por las luciérnagas en medio de
la noche o la maravilla de un amanecer entre besos, igual logró presenciar la
danza de las mariposas de flor en flor.
Pasaban los
días y en su rostro una sutil sonrisa mostraba.
Compartieron juntos
campos soleados como también nublados
senderos, que a sus corazones sin duda enriquecieron.
“Sueña mi linda
sueña “, con frecuencia le decía, que Dios tus deseos complacerá”.
Así se daban
cita cada atardecer, sin exigencias, sin rejas para atrapar, ni muros para
limitar, hasta que un día la doncella vio
a su amado alejarse y observándolo a la distancia pudo notar que de sus brazos dos alas brotaban y al volver
a su lado logró constatar, que él no era un simple mortal, sino un ser que
algún mago, de humano había disfrazado y
que por su sendero debía atravesar ; en aquel instante ella sorprendida y con
gran admiración, profetizó al caballero de su corazón y mirándolo a los ojos
estas palabras pronunció:”cuánto me has impresionado con tu presencia de hoy amado mío, eres un águila blanca con portentosas
alas que te han de elevar por senderos
de luz, por rutas de fantasía donde no te puedo acompañar, pero muy feliz me
harías de saberte remontando el vuelo, alto, muy alto, cerca de las estrellas y que
desde aquí tu brillo me permitas admirar; él guardó silencio y por respuesta, abrió sus alas encerrándola con un
cálido abrazo que a la dama estremeció.
Así continuaron
encontrándose algunas veces más y cuando las circunstancias lo impedían con un
lucero o alguna cigarra su mensaje lograba enviar.
Al pasar de
algún tiempo, el caballero se empezó a ausentar y la dama ya sabía que su
retiro estaba por llegar, pero al momento de despedirse vio que una de sus alas sangraba y caminaba con
pesar, entonces ella lo miró con tristeza, pues supo que su viaje por el
infinito debía retrasar y con un dejo de congoja lo dejó marchar. Ahora la dama
al cielo eleva una plegaria y a su Creador se dirige así:
“Señor sana sus
alas para que pueda su vuelo realizar, mantén su corazón libre de las miserias
que le han de asechar, permite que su magia a su espíritu pueda resguardar”.
Y desde
entonces, allí a la vera del camino se ve a la doncella transitar, con flores
en los cabellos y una sonrisa particular, también lleva en su mano un cordel
dorado con sueños atados que espera para
echarlos a volar, en el corazón por
compañía solo lleva su paz y en su ser un aprendizaje más.